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La envidia, ese deporte tan nuestro

  • Es un fenómeno que va en auge en la actualidad debido al boom de las redes sociales

La envidia, ese deporte tan nuestro

La envidia, ese deporte tan nuestro

Desde hace varios años, en esta sección que usted querido lector está leyendo se han tratado casi todos los temas relacionados con la salud y sobre todo en cómo mejorarla. Sin embargo, estas letras de hoy tratan de otra cosa que quizás no tenga mucho que ver con los temas tradicionales sobre los que he escrito, pero que considero importante y me apetecía publicar algo al respecto.

La semana pasada se hicieron públicas las notas de Selectividad en casi toda España. En Andalucía lo hacían esta semana. Me quedo maravillado leyendo acerca de quienes han sido los alumnos más brillantes del panorama nacional, sus ilusiones, sueños y esperanzas y el camino que han recorrido para llegar a ser los estudiantes más brillantes del país; de todo se aprende. Este año han sido dos mujeres, una canaria y una madrileña. Curiosamente ninguna de ellas se considera especialmente inteligente ni brillante, pero sí reconocen el sacrificio, que han trabajado mucho, que son muy constantes. Es especialmente llamativo el caso de la madrileña. No lo ha tenido fácil durante su infancia y adolescencia debido sobre todo a una enfermedad que padece y que se llama síndrome de MARFAN. Es una dolencia congénita que conjuga varios problemas a nivel sistémico, a saber, oculares debido a alteraciones en la lente del ojo que se llama cristalino, cardiológicos y músculo-esqueléticos (sus brazos y piernas son excesivamente largos y descompensados en relación al tamaño del tronco dando un aspecto desgarbado). Todo ello, el ser diferente en lo físico pero seguro que también en lo intelectual provocó, según ella, que sufriera dificultades y cierto rechazo por parte de algunos de sus compañeros, pero a pesar de ello, continuó siendo una alumna brillante que ha destacado por encima del resto y que aún no conoce techo.

Esta realidad que cuenta la alumna se refleja cada día en nuestra sociedad, en nuestro entorno, en nuestro trabajo. Ya afirmaba un personaje de ficción en una oscarizada película que "codiciamos lo que vemos" y es una gran verdad. España es un país cainita donde se intenta minar y derribar el éxito o triunfo ajeno, restándole importancia o mérito, buscando cualquier excusa para ello, y no se libra ninguna faceta.

En el ámbito empresarial, el ejemplo más notorio es el de Amancio Ortega. El "invisible" dueño de Inditex ha sido juzgado, atacado y acusado en redes sociales de prácticamente todo tras haber donado millones euros para la compra de tecnología que ayude a ser más efectivos en la lucha contra el cáncer e incluso para adquirir equipos más modernos para que los tratamientos con radioterapia tengan menos efectos secundarios. Como médico lo celebro y agradezco hasta el infinito. Como hijo de paciente con cáncer le doy las gracias por las vidas que ayudará a salvar y por el tiempo que las familias podrán permanecer juntas tras vencer el cáncer. Sin embargo, los colectivos de la populista extrema izquierda y algunas asociaciones de sanidad de la misma cuerda, han criticado e incluso despreciado dicha aportación. "La Sanidad se debe financiar con impuestos, no con limosnas" es su lema y argumento. Está más que claro que lo último que les interesa es el bienestar de los pacientes oncológicos y sus familias, anteponiendo su ideario a la salud de otros. Ojalá no sufran en sus carnes o en la de algún familiar la lacra desesperante del cáncer; será entonces cuando se den cuenta del error mayúsculo que han cometido con esas afirmaciones. Siempre tendrán la opción de buscar la ansiada curación en Cuba o Venezuela donde la Sanidad, como todos sabemos, está a la cabeza del mundo.

El deporte es otra faceta muy dada a sufrir el pecado capital de la envidia. Auténticos iconos como Casillas, Gasol o Nadal, lo han sufrido en sus carnes. El portero del Oporto y en otro tiempo del Madrid, campeón de todo, ha sido acusado de chivato, de tener una mujer "florero" o de problemas con su familia. El tenista de Manacor de su falta de cabello, de ser un fascista por posar con la bandera de España tras ganar el enésimo torneo o de no pagar impuestos, acusaciones tan descabelladas como falsas, productor seguramente del momento económico que hemos vivido y que aún no hemos dejado atrás del todo.

Los médicos tampoco nos quedamos atrás. El colectivo sanitario es de los más cainitas que puede haber. Siempre me he preguntado el motivo. Se nos supone inteligentes, gente que lee y cultivada y, sin embargo, cada vez es más frecuente ver que el médico es envidioso con el éxito de otros compañeros. Eso lo percibo cada vez con frecuencia en mi práctica diaria, cuando los pacientes refieren comentarios y actitudes de otros especialistas hacia compañeros a cuál más despectiva y barriobajera que llegan incluso a desconcertar al propio enfermo, situado en el centro de la polémica y que únicamente busca dar solución a sus problemas. ¿Será una cuestión de ego? ¿o más bien la envidia del éxito de otros enfurece y ciega provocando esas reacciones?

La envidia es un fenómeno que va en auge, sobre todo con la revolución tecnológica que vivimos debido al boom de las redes sociales. Basta con mirar el perfil de Instragam o de Twitter pero ya no solo de famosos, sino de adolescentes o del vecino de enfrente, cuando cuelga una foto de sus vacaciones en Asturias o de la bici nueva que ha adquirido. Casi siempre hay algún comentario fuera de tono buscando restar mérito al hecho que se ha compartido. En el caso de los jóvenes, la situación es más cruel si cabe, los comentarios más dañinos y tóxicos sobre todo amparados por el anonimato que producen los perfiles falsos. A estas personas se les llama "haters", término inglés que significa odiadores. El odio es un sentimiento que permanece en el tiempo por lo que ese "acoso" puede mantenerse de forma perenne.

La envidia ha sido un sentimiento tóxico inmemorial y ya en el Antiguo Testamento surgió el primer caso. Caín mató a Abel porque envidiaba todo lo que representaba, siendo su propio hermano.

Envidiamos el éxito de los demás, la belleza, la inteligencia o el dinero con respecto a los que sí lo tienen. Si fuésemos menos envidiosos, progresaríamos más ya que la envidia nos provoca presión a nosotros mismos intentando justificarnos por algo que otros han conseguido y no hemos sido capaces de intentarlo si quiera.

Qué felices seríamos si destináramos las fuerzas que se malgastan en envidiar o codiciar lo que hacen otros, en pensamientos positivos y saludables. El karma nos devolverá lo que invirtamos en él.

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